Por Antonio Orjeda
Extraído de: Diario El Comercio
19 de enero de 2009
¿Quién no conoce La Casa del Alfajor? ¿Sabía que ‘debemos’ esta dulce institución a la hiperinflación de Alan? Sí, fue para enfrentar la angustia económica que ella metió las manos en la masa. ¿El resultado? El Perú entero ya lo conoce
“¡Soy el orgullo de mi colegio!”, sonríe Marcela, pero a la vez se queja, pues dice haber perdido su identidad. Ya nadie la conoce por su nombre, sino por ser la ama y señora de La Casa del Alfajor.
“Alfajorcitos”, así llaman sus patas a sus hijos. Los tres han pasado por su cocina, por su fábrica, por sus tiendas. Desde chicos, junto a ella, a papá y a la abuela, los tres se curtieron; aprendieron a ganarse el sol.
Marcela no olvida que todo empezó con catorce soles (lo que entonces le costó comprar un kilo de harina, cuatro tarros de leche condensada, manteca y azúcar). Hoy, gracias al ingenio de su marido, sus alfajores se pueden disfrutar en el extranjero sin perder un ápice de calidad. ¿Cómo nació esta empresa? Esta es su historia…
Estudió Psicología y la ejerció hasta que se casó. El 87 estaba embarazada de su tercer hijo. Era el primer gobierno de García. ¿Qué tan fregada estaba la cosa? Porque su esposo le pidió que haga algo para ayudarlo a parar la olla…
Sí (ríe)… Mi esposo tenía su imprenta, pero, ¿con la inflación? La gente le hacía un pedido, él cotizaba a un precio y, cuando iba a comprar, el papel ya costaba más caro… La crisis nos afectó, y justo yo había salido embarazada, no trabajaba. O sea, no tenía un trabajo fijo, pero yo siempre he estado haciendo cosas.
¿Por ejemplo?
Puse una empresa de tejido de chompas, he vendido utensilios de madera…
Cuando él le pidió ayuda, ¿por qué se decidieron por los alfajores?
Porque cuando celebrábamos los cumpleaños de mis hijos, mi mamá hacía los alfajores ¡y todo el mundo tenía que ver con los alfajores!
No creían que ustedes los hacían, ¿no?
Nos decían: “¿Dónde los han comprado?”. Cuando mi papá se jubiló, mi mamá comenzó a hacer alfajores. Era su cachuelo. Mi papá se ocupaba del horneo, así se mantenía ocupado porque mi mamá decía: “¿Hombre jubilado en la casa? ¡Fatal!”.
¿Esa fue la razón por la que empezaron en la cocina de ella?
Nosotros vivíamos ahí. Para entonces mi papá ya había fallecido, y cuando eso pasó, mi mamá dejó de hacer alfajores. Entonces mi esposo me planteó volver a hacerlos. Empecé sola, después contratamos a una persona que me empezó a ayudar.
Su primera tienda fue el cuarto que sus papás habían levantado en su casa para que usted atendiera a sus pacientes.
Sí. Lo usé como consultorio medio año, después ha sido de todo, porque también lo usaron mis tres hermanos. Al final, terminó como depósito.
Usted preparaba la masa, su esposo untaba, su mamá envolvía y sus dos hijos salían a volantear a la calle.
Exacto. Así fue como empezamos. Yo hacía la masa, y me acuerdo que como soy chiquita y el tablero de la mesa me quedaba muy alto, mi esposo buscó dos ladrillos, puso una madera y: “Sube, mi amor”. Así crecí unos quince centímetros y fue más fácil trabajar…
¿Qué edades tenían sus hijos?
El mayor, ocho; el segundo, cinco. ¡Salían felices! Y así se ganaban su sol, ese fue su primer trabajo.
¿Qué fue de la imprenta de su esposo?
Cuando empezamos, la imprenta siguió. Pero La Casa del Alfajor creció tanto que yo sola ya no podía estar. Entonces, él la cerró y nos dedicamos por completo a esto.
En año y medio abrieron dos tiendas.
La primera en Chacarilla y, la segunda, en San Isidro.
¿Cómo lo explica?
No sé… No hay forma de explicarlo porque ¡fue contra todo! No había estudio de marketing ni de prefactibilidad como lo hace todo el mundo. Cuando presentan nuestro caso en las universidades, lo hacen como un caso atípico.
¡Crecieron en medio de la hiperinflación!
¡Exacto! Crecimos en medio de la hiperinflación, al fondo de una casa escondida, y no podía poner un letrero muy grande porque esa era una zona residencial… No sé tampoco cómo me dieron la licencia, pero ahí está; y cuando el alcalde probó nuestro alfajor, dijo: “¡Esto no cierra nunca más!”.
¿Qué dicen ahora sus hijos?
¡La achuntaste, mamá!
Hoy tienen una planta en Chorrillos, tiendas y módulos de venta en todo Lima, ha vendido franquicias en provincias… De nuevo: ¿Cómo?
No sé. Todo el mundo me hace la misma pregunta… ¿Cómo? Trabajando, trabajando y trabajando. Con mi esposo hasta ahora seguimos vigilando las tiendas, controlando la calidad, los productos… Le ponemos mucho amor, y cuando tú le pones mucho amor, transmites mucho amor; y el amor es bien recibido en cualquier parte… ¿Sabes qué? Antes de que empezáramos el negocio, mi esposo comía cebiche en Ciudad del Pescador. Se iba desde Chacarilla del Estanque ¡hasta el Callao! “¿Por qué te vas tan lejos?”. Él me contestó: “Porque allá se come el mejor cebiche”. Entonces, cuando empezamos, mi meta fue hacer el mejor alfajor para que viniera gente de todas partes de Lima. Pero nunca pensé que llegaría tan lejos.
Sin embargo, la del noventa no fue una buena década para ustedes.
El negocio bajó debido a la construcción de la planta. Lo hicimos con recursos propios, no recurrimos a ningún préstamo… Ahora sabemos que eso fue una falla.
Estaban levantando una planta, esperaban que todo fuera mejor.
Cuando la empezamos, se vendía bien; pero cuando terminamos la fábrica las ventas empezaron a caer…
¿Qué sintió?
¡Ufff! Desesperación, frustración, cansancio, agotamiento, porque era una lucha constante ¡y no se salía!
Tras un crecimiento tan inesperado…
¡Había sido un boom!
Los afectó.
Hicimos una reestructuración familiar. Todos los gastos se redujeron al mínimo. Los sueldos se redujeron al mínimo. Si podíamos, nosotros cobrábamos; la prioridad eran los empleados. Si teníamos que comer arroz con huevo, todos los días comíamos arroz con huevo. La reestructuración fue total. Vendí mi casa. Recién me había mudado un año antes, y la tuve que vender… Fue una crisis muy fuerte.
¿Cómo lo tomaron sus hijos? Ellos habían disfrutado del gran despegue económico.
Les afectó bastante. Sobre todo al menor, que extrañaba mucho su casa. Pero, todo se supera. Con amor, todo se supera… Ahora, mi esposo es súper emprendedor. Él dijo: “¡Esto a mí no me va a vencer!”. Y así fue.
Claro, porque con el nuevo siglo su historia comenzó a ser otra. Gracias al Alfa-Pack.
Mi esposo dice: “Las mejores ideas nacen en la crisis”; y ahí fue que nació el Alfa-Pack (un kit de ingredientes y utensilios que les ha permitido exportar sin que los alfajores se malogren). Cuando tú le pones fe a algo, de todas maneras se logra. Y así fue, le pusimos fe a nuestro producto y, ahora la gente lo ve, y dice: “Impresionante”.
Ustedes son la dupla perfecta.
Sí; y ese año ganamos el premio Creatividad Empresarial (el 2006, en la categoría Alimentación). Esa fue una experiencia muy bonita, ¡misma entrega del Oscar! Éramos cuatro candidatos. Mi esposo y yo decíamos: “Nuestro producto ¡tiene que ganar!”. Mi esposo, mi hijo y yo, los tres tomados de la mano… “Y el ganador es… ¡La Casa del Alfajor!”. Uy, y de ahí, el Premio Especial (a la Creatividad de los Emprendedores de la Pequeña y Microempresa); cuando dijeron nuestro nombre, no lo podíamos creer. Fue muy bonito, y eso nos sirvió bastante.
Ahora están exportando a EE.UU.
Nos llaman de todas partes. Estamos en conversaciones con gente de Canadá, Chile, Argentina…
¡Y todo se lo deben a Alan!
Esteee (ríe)… Yo creo que se lo debemos a la pasión que le ponemos.
De no haber hecho él un primer gobierno tan desastroso, de repente ustedes seguirían con su imprenta y, el país, no habría tenido La Casa del Alfajor.
¡Ah! Si lo vemos desde ese punto, sí… y si no hubiera estado embarazada, ¡tampoco! ¡Así que la verdadera razón es Gonzalo! (su tercer hijo, Marcela ríe)… Sí, fue la necesidad.
La necesidad, que bien nos puede paralizar o…
¿Eso no es lo que dice el libro “La Vaca” (hay que deshacerse de lo que nos frena)? En nuestro caso, la vaca era la imprenta. Nosotros seguimos luchando, luchando y luchando, hasta que surgió una gran necesidad y nació La Casa del Alfajor.
¿Cómo se siente ahora?
Muy orgullosa… por mis hijos, por mi marido, por mi país. Ahora, el éxito no es solamente mío, tengo muchos trabajadores que nos apoyan, que nos ayudan, ¡que también me hacen renegar! (ríe)… Pero, sí, el éxito es de todos.
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